Manuel Espinoza Galarza

HOMENAJE
A MI PADRE MANUEL ESPINOZA GALARZA

Todos en casa te recordamos, padre. Hoy igual que hace seis años, la herida del arrancamiento está aquí en nuestro corazón transformada en una fuente de una grandeza que anhelamos y deseamos nítidamente.

Por recordarte, somos capaces de enfrentar los días que le ha tocado vivir a este nuestro Perú que tanto amaste.

Porque amaste tanto, hoy tus siete hijos nos esforzamos en estar armonizados con el conjunto de personas que en el Perú aspiran a construir una Patria grande.

Fue muy callada tu aspiración, y por ello penetró hondamente en nuestras almas otorgándonos la felicidad de luchar diariamente.

Hoy, 10 de Diciembre de 2006, te rendimos el homenaje que todos los días te damos en el silencioso rincón de nuestra existencia diaria. Hoy hacemos un alto para evocar tu alma tan grande y generosa.

Sembraste virtudes y nos hiciste aspirar a la radiante sabiduría. Como dice la Biblia: “Por buscarla no nos fatigaremos”. De tu mano quién sabe si Dios nos la dará algún día.

Tu hija Magdalena Espinoza García.
 
SEMBLANZA por Magdalena Espinoza García
El día que los peruanos entendamos que el Perú no es sólo Lima, valoraremos a los hombres que trabajaron por el progreso de las provincias en que nacieron. Uno de estos peruanos insignes fue el Dr. Manuel Espinoza Galarza, quien llegó a este mundo en el valle del Mantaro, en Jauja, la “apacible” ciudad que en tiempo de los Incas fue una de las tres huamanis en que fue dividido el antiguo reino Huanca. Hijo de un carpintero jaujino y una hija de la comunidad de Ataura, más tarde distrito. Era el año 1903.
Cuando tenía la edad de 7 años perdió a su padre y él a esa temprana edad contribuyó a llevar adelante a esa familia que sería regida por su madre viuda. Afrontó, ese hogar, la muerte de dos hermanas núbiles y de algunos de los bebés, pues fueron catorce los hermanos, de los cuales alcanzaron la adultez, siete.
No obstante las privaciones diarias, completó su instrucción primaria en el siempre recordado 501 y su secundaria en el Colegio San José de Jauja. Fue instado por su madre a heredar el banco de carpintero de su padre, mas él optó por trabajar de maestro de escuela en Aco, a 25 km de Jauja, instruyendo y formando niños, lo que le permitió conocer por dentro a este Perú que todos amamos. Partía de Jauja los lunes a las 4 a.m. y llegaba a las 8 a.m. a la escuela. Los sábados partía de la escuela a las 2 p.m. encargando a su secretario que cerrase; a las 4 de la tarde, éste lo alcanzaba, porque iba en bicicleta. Caminaba por los caminos cargados de belleza bucólica, lo cual iba impregnando su alma llena de fortaleza y templanza.
Ingresó a la Universidad Mayor de San Marcos y fue alumno destacado, siempre líder de sus compañeros que lo eligieron delegado a la Federación de alumnos de Letras y Derecho. Egresó, y al graduarse no pensó quedarse en Lima con la facilidad de aprovechar los adelantos de esta ciudad cosmopolita, sino que contrajo nupcias con la distinguida dama jaujina Peregrina García Álvarez, y regresó a la tierra propia que había conocido en todas sus deficiencias.
En efecto, abrió su estudio y luchó por romper las deficiencias de un Poder Judicial enmohecido en práctica rutinaria. Asumió la defensa de muchas comunidades del Valle que estaban indefensas en la cautela de sus derechos. Pocos años antes, en el gobierno de Augusto B. Leguía, las comunidades habían sido reconocidas oficialmente después de un siglo de abolición. El Dr. Manuel Espinoza Galarza tomó la defensa de estas entidades, directas descendientes  de los ayllus prehispánicos. Abogado preparado y diligente, con porfía ganó para ellos la justicia.
Pero imperativas circunstancias hicieron que regresara a la capital con su familia. Mas en ella no olvidó a las comunidades y allí las defendió con ahínco, a veces las proveía de papel sellado. Y extendió la defensa de otros olvidados. Acudieron a su estudio los mineros de la Cerro de Pasco Cooper Corporation, que sufrían el flagelo de la neumoconiosis. Con gran tesón y habilidad logró la indemnización justa para tantos enfermos víctimas de este mal fatal.
Aparte de su profesión de abogado incursionó en la docencia. Por 25 años enseñó Matemáticas, difícil curso que él supo hacer accesible a las mentes de las niñas, porque además de enseñar, él era ejemplo de bondad y paciencia que las alumnas supieron valorar y absorber  para formar sus juveniles almas.
Cuando la solidez económica se lo permitió, publicó “Relatos referentes a Jauja”, dos libros muy valiosos para el conocimiento de Jauja. Con una prosa elegante y amena describe lugares, fiestas y costumbres de la ciudad y de sus distritos. Son lugares bucólicos llenos de belleza que podría aminorar cuando el adelanto lleve elementos que harán retroceder esos rincones poblados de una flora natural. Son fiestas que el jaujino conserva con porfía. Costumbres que tal vez se perderán. Recuerdos que es útil guardar.
En el área del Derecho, publicó en 1961 “Jurisprudencia peruana sobre Derecho de Trabajo” que muestra el abuso inaudito del capital extranjero en nuestro país. Con prólogo del Dr. Carlos Rodríguez Pastor (padre), quien afirma: “dentro del polifacetismo de su labor profesional podría clasificársele de abogado de las clases trabajadoras”. En efecto, desde muy temprano ese fue su empeño, pues su tesis de grado, que fue mandada publicar por excelente, se titulaba “El contrato de Trabajo”.
Manuel Espinoza Galarza entendió desde joven que el Perú necesitaba para su progreso del aporte de todos los peruanos: desde el habitante más humilde, analfabeto tal vez, para llevar adelante al país. Y tenía la seguridad que el hombre del Ande era un factor positivo en esta tarea. Esas faenas colectivas que describe con entusiasmo, esas costumbres ejemplares y bellas como la jija son rezagos de la sin par cultura aborigen, incaica, que pervive en los pueblos olvidados. Desde ellos brotará la fuerza que engrandecerá el Perú para un cumplimiento del sueño de tan ilustre jaujino.
Admirador constante de la energía pujante del trabajo colectivo de los campesinos del Ande, cifraba todas sus esperanzas en ellos para levantar un Perú grandioso. Por tal motivo, su estudio de abogado estaba abierto a las comunidades campesinas descendientes directas del ayllu prehispánico que fue la célula primordial en la organización del Tahuantinsuyo.
Se graduó de abogado en 1932. Hacían pocos años que el Presidente Leguía había reconocido oficialmente a las comunidades, institución que había sido abolida 100 años atrás; sólo era requisito que tuvieran títulos. Por eso, cuando abre su estudio en su querida tierra Jauja, multitud de comunidades del valle fueron defendidas con acierto, habilidad y pasión. Por su tesón, por su convicción, esas comunidades renacieron pujantes gracias al acendrado amor que tuvo a estos peruanos de los campos, tan olvidados y poco comprendidos. Tengamos la certeza de que los peruanos campesinos hallarán el camino propicio en la construcción de nuestro Perú.
Defendió también a los mineros que trabajaban para la Cerro de Pasco Cooper Corporation, y que eran víctimas de la enfermedad de la neumoconiosis contraída en los socavones de las minas. Logró con su pericia en el Derecho la indemnización respectiva. Resumió estas experiencias en el libro “Jurisprudencia Peruana sobre Derecho de Trabajo”.
La vocación de maestro que poseía Manuel Espinoza Galarza la ejercía todo el tiempo: con sus familiares, con sus alumnas y alumnos, con su clientela. Ansiaba transmitirle el saber que poseía: tanto el fruto de sus estudios como aquella sabiduría de la vida enfocada siempre a las más altas aspiraciones. El amor al Perú, el amor a la cultura andina, eran sendas columnas que sostenían sus enseñanzas.
Lima, 15 de agosto de 2013

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